Bienvenida y gracias por entrar a este espacio sagrado de encuentro, inspiración y transformación, soy Andrea y quiero compartir contigo un poco de mi historia.
Hoy puedo decir que estoy viviendo la vida de mis sueños, me apasiona mi familia, mis amistades, mi comunidad, y mi trabajo. Me siento agradecida de poder hacer lo que me gusta, de disfrutar la vida, sentirme libre, plena y motivada para seguir creciendo como persona, amo sentirme conectada conmigo misma y con otros y poder contribuir al mundo.
Soy profesora de yoga y coach de vida y salud y mi propósito en la vida es ayudar a mujeres que tienen la profunda intención, al igual que yo, de convertirse en la mejor versión de si mismas, por eso mi trabajo es acompañar y facilitar procesos de transformación personal y empoderamiento hacia una vida plena y saludable.
Pero mi vida no fue siempre así. Desde que tengo memoria, crecí deseando ser otra persona. Pasé la mayor parte de mi vida esperando tener un cuerpo diferente, luchando con las dietas y el ejercicio, sintiendo que no encajaba, a veces ni en mi propia familia, haciendo todo lo posible sólo para ser aceptada y sentir que pertenecía.
Siempre sentí que había algo malo en mí, con mi cuerpo, con mi forma de ser, mi carácter, y un largo etc., me sentía diferente y el mundo no era un lugar agradable ni seguro para vivir, y la única forma que tenía para lidiar con todo eso eran los deportes, me encantaba correr, subir cerros, andar en bicicleta, patinar y esquiar, pero lo tuve que dejar debido a unos fuertes dolores de espalda, así es que sin darme cuenta, comencé a usar la comida como un mecanismo de adaptación, sin entrar en detalles, me volví muy hábil para hacerlo sin que nadie lo notara, ni siquiera yo estaba consciente de que lo hacía, aunque esos mecanismos nunca funcionan, nos anestesian por un rato pero el dolor y todas las emociones que yo no quería sentir seguían ahí y creo que encontraron su espacio y una forma de ser escuchados alojándose en mi columna vertebral, que era mi punto débil, haciendo que mi dolor de espalda fuera cada día peor. Fui a todo tipo de médicos y fisioterapeutas y todos estuvieron de acuerdo en que mi columna lucía como la de una señora de 80 años cuando apenas tenia 30. Entonces nació mi primer hijo y los dolores de espalda se hicieron insufribles, estaba tan frustrada y asustada! Recuerdo que esos días me despertaba cada mañana angustiada, pensando ¿voy a poder caminar hoy? ¿A qué hora tendré que tomar mis antiinflamatorios?
Me sentía desesperada, y ya había intentado mil cosas, pero los médicos me habían recomendado una última cosa para probar, era el yoga, honestamente, lo había estado evitando, llena de prejuicios, pero ya no había nada que perder, investigué y descubrí que había algo llamado power yoga, y la palabra «power» lo hacía sonar menos esotérico para mí, reservé una clase y me obligue a ir, puse mi mat al fondo de la sala, escondiéndome, y sin tener idea de lo que estaba haciendo, sólo intentaba seguir a la profesora y sostener el ritmo de la clase y poder armar posturas que se parecieran en algo a lo que ella hacía, hoy me río al recordar, pero lo logré y terminé esa primera clase sintiéndome en las nubes, una sensación “gloriosa” que tal vez fue lo que me hizo volver, por más desafiante que fuera, volví una y otra vez.